Este es un texto memorable y conmemorable, escrito algunas horas antes de que el mundo termine, es decir, lo redacto poco antes de llegar al viernes 21 de diciembre de este año 2012.
Me interesan las dos posibles alternativas de lectura que el lector tiene. No puede elegir alguna opción, pues estas solamente las otorga el tiempo.
Qué interesante ejercicio. Escribo sobre un tema único: el fin del mundo, y lo hago a plena conciencia de que su lectura se circunscribe a dos contextos diferentes, repito, diferenciados por el tiempo.
El primer contexto implica su lectura antes del 21 de diciembre de 2012, e incluso durante el transcurso de ese día. Las expectativas pueden ser muy variadas, pero imagino a algún cibernauta tecleando en el buscador de Google la frase fin del mundo, o bien, concretamente la fecha pronosticada.
Ese primer contexto le concede a este escrito el beneficio de la duda; una duda que, si bien no es generalizada, al menos tendrá algunos adeptos y seguidores, más que de los pronósticos fatalistas, sí de la palabra comprometida de nuestros ancestros Mayas, muy respetables, pero que ahora viven sus quince minutos de fama.
El segundo contexto posible implica su lectura después del 21 de diciembre de 2012, e incluso pocos minutos después de que haya transcurrido ese día. Las expectativas estarán agotadas, al menos seguirán teniendo algunos adeptos y seguidores que argumentarán que no hay porqué eliminar los pronósticos fatalistas, ya que estos se cumplirán en su debido momento. Y de nuestros ancestros Mayas, muy respetables, se dirá que son una muestra más de lo ineficientes que son las culturas tercermundistas, preocupadas por minimidades y poco asertivas en sus decisiones.
Ante estos dos posibles contextos de lectura a que se sujeta este texto, le pregunto al lector: ¿En cuál de los dos se encuentra en este momento? ¿Su morbo ha sido debidamente satisfecho? ¿Volvería a leerme, en caso de que el mundo no termine, y no se sentiría defraudado?
Regresando al primer contexto, lo primero que se me ocurre es agradecer a todos los lectores la fina atención de brindarme su tiempo. No dejo de escribir por gusto, simplemente me veo obligado a hacerlo porque el mundo ha terminado.
En el segundo contexto la cosa es diferente y tendré que decirle al lector: Prometo ser más prudente al abordar el próximo vaticinio del fin del mundo, que, a decir verdad, debe de tener un rol que no conocemos, y no tardará otra cultura ancestral en soltarnos un susto de similar envergadura.
Lo cierto es, que en cualquiera de los dos contextos posibles, debemos reconocer que hemos perdido gran parte de nuestra capacidad de asombro. El asunto del fin del mundo se ha convertido en una parodia de la fábula del pastor y el lobo. Esa narración que alude a un cuidador de ovejas que gustaba de alarmar a la comunidad anunciando la presencia del lobo y una masacre de ovejas, tema que, dicho sea de paso, inspiró la película The Texas Chain Saw Massacre (1974), ahora re versionada y disponible en todos los noticieros.
Menciono concretamente esta película, porque creo que es muy buena, llena de sentimentalismo, y de alguna manera nos presenta otra posible alternativa del fin del mundo, poco explotada, pero que se explica por el incremento en la producción de motosierras (chain saw’s) gracias a la enmienda en la Constitución de los Estados Unidos que prohíbe la portación ciudadana de armas.
Pero me estoy adelantando y el espacio se termina. La cuenta regresiva avanza.
Recuerde usted que esto lo escribo considerando el primer contexto de lectura. Ha sido un ejercicio gratificante ponerle pies y cabeza a este texto de despedida, o bien de renacimiento.
Finalmente: Si estuviera frente a la persona que sabe la hora, fecha y forma en que usted morirá, ¿se lo preguntaría?
Gracias por leerme y por no hacerme preguntas. Nos veremos pronto, en esta o en la siguiente dimensión, pero por favor, sígame leyendo.